Por Juan Antonio Hernández
Egipto, una de las cunas de la civilización, es un territorio que ha suscitado el interés de innumerables culturas y pueblos a lo largo de la historia. Esta fascinación no ha cambiado en la actualidad, ya que el denominado “País del Nilo” sigue atrayendo a millones de visitantes cada año, quienes se maravillan con el legado de su pasado faraónico. Si bien, uno de los lugares donde más se puede respirar este encanto es la ciudad de Luxor, una de las metrópolis más importantes del Alto Egipto y capital del país durante algunos de los momentos más destacados de la historia egipcia, cuando tenía el nombre de Tebas.

Si normalmente cualquier persona puede acabar incluso anestesiada al apreciar la suntuosa decoración de las tumbas reales del Valle de los Reyes y del Valle de las Reinas, la monumentalidad de los complejos religiosos de Karnak y Luxor, o lo imponente que resulta situarse a los pies de los colosos de Memnón, quiero indicar que lo que he sentido tras mi primera experiencia en el país es casi indescriptible con palabras, resultando ser un cúmulo de emociones como consecuencia de estar realizando lo que más me gusta en un entorno que llevaba desde niño deseando contemplar.

El sueño de todo arqueólogo es poder dirigir o colaborar con algún proyecto de investigación arqueológica en Egipto y ayudar así a desvelar aspectos de su pasado todavía ocultos a la humanidad.
Juan Antonio Hernández
En mi caso, como estudiante del grado en Arqueología por la Universidad de Sevilla, haber podido participar en un proyecto de la entidad del “Proyecto de excavación y puesta en valor en el yacimiento del templo de Millones de Años de Tutmosis III”, dirigido por los egiptólogos Myriam Seco Álvarez y Fathi Yassen, ya es una gran oportunidad para continuar mi formación más allá de las nociones que se imparten en la universidad. Además, para entender lo especial que ha sido la experiencia a nivel personal, habría que sumarle el hecho de que una de mis mayores aspiraciones es poder llegar a ser egiptólogo, motivo por el que opté a realizar el grado de Arqueología en vez de otro.

Poder trabajar en un entorno tan idílico como lo es la orilla oeste de Luxor, entre la árida montaña tebana y las fértiles tierras alrededor del Nilo, donde los antiguos faraones erigieron tanto sus últimas moradas como los templos que les rendirían culto tras su fallecimiento, es tanto una motivación como una gran responsabilidad, ya que hay que ser conscientes de la importancia del sitio que estás excavando, por el cual han pasado grandes arqueólogos y egiptólogos del pasado, y los más importantes profesionales dentro de la egiptología del presente trabajan en todo el área.

Como es de suponer, los primeros días de trabajo estuvieron marcados por el nerviosismo de hacer las cosas bien y no defraudar a las personas que me habían brindado la oportunidad. No obstante, gracias por supuesto a la ayuda de todos los miembros del equipo, finalmente mi aclimatación, tanto al país como al sistema de trabajo, fue mucho más rápida de lo esperado.

Esto hace patente la necesidad de contar con un buen ambiente de trabajo, siendo especialmente importante para aquellas personas que vamos en condición de estudiante, ya que solemos necesitar frecuentemente del apoyo de los profesionales para solventar la infinidad de dudas que a diario surgen en el trabajo arqueológico, tanto en campo como posteriormente en la elaboración de informes, procesado de documentación, etc.

Es por ello, por lo que me gustaría destacar la necesidad de que existan más proyectos de este tipo, que otorguen oportunidades a estudiantes para que puedan adquirir una experiencia y unos conocimientos que difícilmente se encuentran en clases universitarias o bibliotecas, ya que desde mi punto de vista es igual de importante tener una formación teórica que práctica para la correcta formación de un arqueólogo o arqueóloga, cuyo trabajo implica el conocimiento de ambas facetas.
